El 10 de Marzo de 1945 Tokio es bombardeado por más de 300 aviones estadounidenses, iniciando un ciclo de destrucción de varias ciudades niponas con bombas incendiarias que se alargó hasta el día 24 del mismo mes, arrasando además de Tokio, las ciudades de Nagoya, Osaka y Kobe.
A las 22.30 mientras Tokio dormía, dos aviones marcadores B-29, uno de ellos pilotado por el general Power, volaron sobre la ciudad dejando caer bombas incendiarias M-47 para delimitar el área de bombardeo. Poco después otros dos aviones lanzaron tiras de aluminio para impedir la detección de los radares y el alumbrado de los reflectores de la artillería antiaérea. Dos aviones más marcaron con incendiarias una cruz uniendo los cuatro puntos dejados por los aviones marcadores. Seguidamente la flota de 334 aviones B-29 comenzó el bombardeo "de alfombra" sobre el sector de la ciudad marcado por la X de fuego casi perfecta, concentrándose en los municipios de Koto-Ku, Sumida-Ku y Taito-Ku.
Poco antes del bombardeo se levantó un fuerte viento que avivó las llamas provocadas por las primeras bombas marcadoras y las esparció rápidamente. Cuando los demás B-29 lanzaron sus bombas provocaron incendios adicionales; el viento aumentó a 45 km. por hora, enviando restos llameantes por encima de cortafuegos y canales. El calor aumentó en intensidad, provocando a su vez un nuevo aumento en la velocidad del viento, que comenzó a soplar a 30 km. por segundo, tocando las casas no alcanzadas por las bombas y haciéndolas arder.
La incursión continuó durante dos horas mientras Power observaba desde el cielo enviando informes sobre la operación que impresionaron tremendamente al duro e insensible general, sin imaginar que la realidad en tierra era mucho peor que sus visiones desde el aire. No pensaron hasta qué punto habían desatado el infierno en aquella ciudad.
Radio Tokio envió un informe a la población horas más tarde, condenando la masacre y en el que describía el holocausto:
Esta noche de brillante luz de las estrellas permanecerá en la memoria de todos los que la presenciaron (...) La ciudad estaba tan resplandeciente como una salida de sol; nubes de humo, hollín, incluso chispas arrastradas por el vendaval, volaban por encima. Pensamos que esta noche todo Tokio sería reducido a cenizas."
Los bombardeos tuvieron un éxito escalofriante. En dos horas 2 mil toneladas de bombas, medio millón de incendiarias de Napalm y Magnesio, llovieron sobre Tokio arrasándola por completo. Fue uno de los mayores desastres sufrido hasta entonces por un contendiente en la historia de la guerra. La tormenta de fuego arrasó todo el este de la ciudad. Miles de personas murieron asfixiadas y quemadas por el aire que desató vientos de más de 200 km. por hora con temperaturas de 1000 grados centígrados, consumiendo todo el oxígeno y creando una tromba de aire que subió a 10 km. de altura. Muchos bombarderos fueron lanzados centenares de metros hacia arriba por las corrientes, incluso uno de ellos informó que una bomba de 250 kg. fue devuelta al depósito del avión una vez había sido lanzada debido a la fuerza del aire.
En tierra, la tormenta de fuego succionaba a los que intentaban huir, matando a niños, mujeres y ancianos. Atrapados entre los ríos Sumida y Arakawa, la gente que trataba de salvarse del fuego tirándose a los canales murieron hervidas o asfixiadas. Se salvaron los más jóvenes, que pudieron correr y buscar refugio en lugares seguros, el resto fueron incinerados por el fuego. Los llamados "turbantes anti-bombardeos" que las mujeres usaban para protegerse de las esquirlas durante los bombardeos convencionales, era lo primero que se encendía aún cuando el fuego no los tocara, al intentar atravesar la tormenta corriendo con sus hijos en brazos.
Las pérdidas fueron enormes, murió más gente en dos interminables horas que en la explosión atómica de Nagasaki: según las primeras cifras de la policía metropolitana japonesa se contabilizaron 83.783 muertos, miles de personas desaparecidas, 40.918 heridos y más de 800.000 se quedaron sin hogar, cifras que fueron aumentando a medida que transcurrieron los días y se removían los escombros. Se destruyeron más de 40 km. cuadrados de la ciudad de Tokio y en el recuento final se contabilizaron más de 100.000 muertos, 400.000 heridos y al menos un millón de personas se quedaron sin techo en pleno invierno.
En cuanto al ejército estadounidense también sufrió perdidas, aunque incomparables en número: catorce B-29 destruídos; algunos derribados por baterías antiaéreas japonesas estrellándose en localidades cercanas o en el océano, otros al intentar aterrizar en Iwo Jima.
Dieciocho horas después del ataque, el Primer Ministro Koiso habló por Radio Tokio para denunciar a los "muy crueles y bárbaros estadounidenses", y advertir al pueblo japonés que tenían que estar preparados para soportar más bombardeos incendiarios, que efectivamente se produjeron en los días siguientes.
Indudablemente los peores presagios de los estrategas nipones después de atacar Pearl Harbour se habían cumplido: el "gigante dormido" había despertado.